A finales del siglo xix, pocas personas tenían acceso a los grandes bosques de secuoyas en Estados Unidos, y muchos no creían en los informes sobre estos árboles gigantescos. Pero en 1892, cuatro leñadores entraron en el bosque de Big Stump y pasaron trece días talando el grandioso árbol llamado Mark Twain, que tenía 1.341 años, y medía 90 metros de altura y 15 metros de circunferencia. Un observador lo describió como un árbol «de proporciones magníficas; uno de los más perfectos del bosque». Una parte de esta impresionante belleza, ahora destruida, se envió al Museo Americano de Historia Natural, para que todos pudieran ver una secuoya.
Cuando un país estalló en guerra civil, las autoridades reclutaron a un hombre para el servicio militar. Pero él se opuso: «No quiero participar en la destrucción de [mi país]». Y se fue. Como no tenía visas adecuadas, se encontró atrapado en el aeropuerto de otro país. Durante meses, los empleados del aeropuerto le dieron comida y miles de personas siguieron sus publicaciones en redes mientras deambulaba por las terminales, tejía bufandas y no perdía la esperanza. Al enterarse de su constante aprieto, una comunidad en Canadá recaudó dinero y le consiguió un trabajo y una casa.
El remolcador se hundió a 32 kilómetros de la costa de Nigeria, y once miembros de la tripulación se ahogaron. Pero el cocinero del barco, Harrison Odjegba Okene, encontró una bolsa de aire y esperó. Solo tenía una Coca-Cola como provisión, y dos linternas que se agotaron enseguida. Durante tres terroríficos días, Okene quedó atrapado solo y a oscuras en el fondo del mar. Había empezado a perder la esperanza cuando unos buzos en una misión para recuperar cadáveres lo encontraron acurrucado y temblando en lo profundo del casco.
El doctor Dolittle, el médico ficticio que conversa con los animales, ha deleitado a muchos a través de libros, películas y obras de teatro. Sin embargo, pocos saben que el autor, Hugh Lofting, les escribió los cuentos de Dolittle a sus hijos desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Como la guerra era demasiado horrible, escribía e ilustraba cuentos para contrarrestar el horror de la guerra.
El modesto violinista, con gorra de béisbol y camiseta, se instaló cerca de la estación de metro L’Enfant Plaza, en Washington D. C. Deslizó el arco sobre las cuerdas produciendo una música melodiosa, pero los transeúntes pasaban apresurados, sin prestar atención. Apenas un puñado de personas se detuvo a escuchar. Nadie imaginó que era Joshua Bell, uno de los mayores intérpretes de nuestra generación, que la noche anterior había tocado en la Biblioteca del Congreso. Bell interpretó varias de las piezas más difíciles del mundo en un Stradivarius de 1713 valuado en unos 3,5 millones de dólares.
En 1890, el ornitólogo amateur Eugene Schieffelin decidió soltar 70 estorninos europeos en el Central Park de Nueva York. Aunque se incorporaron varias especies, la anidación de los estorninos fue la primera en documentarse. Ahora hay unos 85 millones de esas aves aleteando por el país. Lamentablemente, los estorninos son invasivos; alejan poblaciones de aves nativas, diseminan enfermedades en el ganado y causan daños por unos 800 millones de dólares al año. Schieffelin jamás imaginó el daño que generaría su decisión.
Cuando la estrella del fútbol Sadio Mané, de Senegal, jugaba para el Liverpool en la liga inglesa, era uno de los jugadores africanos mejor pagos del mundo, recibiendo millones de dólares por año. Los aficionados detectaron una foto de Mané con un iPhone con la pantalla rota, y bromeaban sobre él por usar un aparato dañado. Su respuesta fue tranquila: «¿Por qué querría tener diez Ferraris, veinte relojes de diamante y dos aviones? Tuve hambre, trabajé en el campo, jugué descalzo y no fui a la escuela. Ahora puedo ayudar a la gente. Prefiero construir escuelas y dar comida y ropa a los pobres. [Dar] algo de lo que la vida me ha dado».
William Temple, un obispo inglés del siglo xix, concluyó una vez un mensaje a los estudiantes en Oxford con las palabras del himno La cruz sangrienta al contemplar. Pero advirtió sobre tomar livianamente la canción: «Si sienten [las palabras] de todo corazón, cántenlas lo más fuerte que puedan. Si no las sienten para nada, permanezcan en silencio. Si las sienten un poco y quieren sentirlas más, cántenlas bien suave». Lentamente, miles de voces empezaron a cantar en un susurro las líneas finales con sobriedad: «¿Y qué podré yo darte a ti, a cambio de tan grande don? / Es todo pobre, todo ruin; toma, oh, Señor, mi corazón».
De todas las tonterías que han llevado a la guerra, ¿podría ser un pastel la peor de todas? En 1832, en medio de las tensiones entre Francia y México, un grupo de oficiales del ejército mexicano visitó una pastelería francesa en Ciudad de México y probó todos los productos del pastelero sin pagar. Aunque hubo otros agravantes, el resultado fue la primera guerra franco-mexicana, conocida como la Guerra de los Pasteles. Es triste lo que un momento de ira puede incitar.
En Estados Unidos, el Departamento de Transporte informó que, en 2021, las aerolíneas manejaron mal dos millones de maletas. Felizmente, muchas se retrasaron o perdieron por poco tiempo. Pero miles se perdieron para siempre. Con razón está surgiendo un mercado de GPS que se incorporan al equipaje y permiten rastrearlo cuando las aerolíneas ya no lo hacen. Todos tememos que los encargados no sean confiables para mantener un seguimiento de lo importante.